Desde niño había codiciado la fama, se veía rodeado de ella, desenvuelto, exitoso, dominante… Pero se había apeado al principio del camino. Lo único que podría decirse que dominaba era su trabajo, y, a veces ni eso, su trabajo terminaba dominándolo a él.
Había intentando alcanzarla a través de la escritura, pero hacía meses que no escribía ni una línea. Se preguntaba para qué hacerlo, para a continuación, responderse con la obviedad más absoluta: era un mediocre escritor, y lo aceptaba definitivamente.
Su afanosa búsqueda de experiencias y huida de la monotonía, le habían hecho acabar en aquel circo decrépito. Había sido una de esas malas decisiones que acaban cruzando los renglones de la vida, que él suponía paralelos. «Vaya estupidez», se decía día tras día.
Cometer errores era lo que mejor sabía hacer Melchor. Quizá por ello recordaba tan bien lo único realmente valioso que había hecho: ayudar a aquella pequeña leona a huir del circo en el que había acabado. Se llamaba Dulce. La recordaba muy bien, pues había iluminado su anodina existencia el poco tiempo que compartieron juntos.
Había llegado allí raptada por los dueños de aquel circo llamado Oz, en honor a sus antepasados australianos. Sin embargo, vendían la historia como la popular fábula. Siempre fueron y serían unos magníficos estafadores.
Dulce era una cachorra, llena de vida y de ilusión, tan al contrario de lo que lo era él. A pesar de su situación y de su miedo a los humanos, nunca perdía su sonrisa. Recordaba que incluso llegó a solicitar el participar en el show del hombre bala, pues decía que tenía dotes para volar.
Melchor echaba de menos esos debates que solían tener antes de irse a dormir. Disfrutaba haciéndola razonar pues era avispada e inteligente. Los demás integrantes del circo estaban como él, atrapados, y las escasas conversaciones que surgían no pasaban de saludos y de cuestiones sobre el trabajo.
Pero en uno de esos días en principio ordinarios, algo cambió la tranquila monotonía de los cautivos de aquel circo. Un fallido número cuya consecuencia fue un desmesurado castigo de Dulce por parte de los jefes, acabó por convencerlo de que ella no podía malgastar su existencia en aquel lugar. Semanas más tarde, consiguió sabotear los cerrojos de su jaula y la ayudó a escapar en plena noche.
Nunca volvió a verla pero sabe con seguridad que esté donde esté, será infinitamente más feliz que en ese lugar. Quién sabe, quizá algún día consiga volar como afirmaba.

«Anfiteatro Ashtley’s» grabado realizado por August Pugin & Thomas Rowlandson, 1808
Imagen en dominio público cortesía de 57-1633, Houghton Library, Harvard University
En 1773 se construyó este teatro en Londres, se considera la primera pista de circo moderno. Fue incendiado y se reconstruyó varias veces, pasando por diferentes manos. Hoy en día no queda rastro del mismo, solo una placa conmemorativa en el jardín del St Thomas’s Hospital como recordatorio de que estuvo en ese lugar.
Si leíste Emma de Jane Austen, y haces memoria, en la parte que Mr. Knightley le explica a Emma cómo se comprometen Harriet y Robert, pues parte sucede en al Anfiteatro Ashtley’s 🙂
Si quieres curiosear la historia de este teatro:
https://www.theatrecirque.com/en/astley-s-amphiteatre