[A Isa]
Siendo muy niño me gustaba fantasear sobre las diferentes vidas que podría tener cuando fuese mayor. En la mayoría las opciones casi siempre eran extravagantes, en otras, las aspiraciones eran más normales, pero en casi todas me veía como una persona exitosa y famosa. Creo que la idea de trascendencia me obsesionaba sobre manera.
La opción más recurrente en mis sueños infantiles y la que más me atraía consistía en llegar a ser una especie de Colón Galáctico. Fue la época en la que descubrí la historia propiamente dicha. El período que más me atraía era la de las grandes expediciones, especialmente la del descubrimiento de América y su protagonista: Cristóbal Colón. Era un personaje que me atraía profundamente, uno de los que hacía que aspirase a ser como él pero en otro contexto: el universo. Me imaginaba surcando el espacio exterior y realizando importantes descubrimientos para la humanidad.
En otras ocasiones, soñaba que era integrante de misiones humanitarias y ayudaba a salvar vidas, buscando nuevas formas de subsistir para mejorar la vida de esas personas que necesitaban ayuda. Aguantaba y vivía en condiciones totalmente precarias, pero me veía feliz, totalmente realizado. Evidentemente con esa edad se tiene una visión muy idealista de ciertas situaciones y lo que ellas implican.
A veces me veía fotografiando diferentes parajes exóticos y recónditos, trabajando para alguna publicación tipo «National Geographic»; mostrando al mundo lugares insólitos, nuevas especies, como Charles Darwin hizo en su época a bordo del «HMS Beagle».
Podría seguir describiendo los muchos futuros posibles a los que aspiraba, pero todos se reducían a dos cuestiones fundamentales: dedicar mi vida a un objetivo verdadero, intenso y auténtico, y la necesidad de mostrarlo al mundo, de compartirlo, de llegar a ser relevante. Sentía la necesidad de dejar mi huella.
El tiempo ha pasado. He entrado en esa época que denominamos tercera edad, aunque yo prefiero llamarla tercera juventud. No he hecho nada de todo aquello a lo que aspiraba en mi niñez. Fui frenado por cuestiones ajenas, en su mayoría, y también en alguna que otra ocasión por mi necesidad de comodidad y mis miedos.
Mi existencia ha sido más plana, pero he descubierto una forma de poder dar rienda suelta a esa vena tan expeditiva y aventurera: escribir.
Nunca me hubiese imaginado el poder vivir todos esos sueños infantiles de otro modo que no fuese experimentándolos directamente. Es evidente que el modo no es tan intenso, pero, según como se mire, puede ser igual de gratificante, por lo menos en mi caso en particular.
Sobre cada tema que escribo, me obligo a investigar mucho, a leer, documentarme, etc. Me encanta sumergirme en ese mundo. Es un buceo literario. Al principio me costó, pero poco a poco mi mente se ha ido relajando y sintiéndose cada vez más cómoda, hasta el punto de que las ideas y palabras se atropellan por salir.
Quién sabe, si sigo escribiendo algún, quizá, me haga famoso por mis relatos e historias. Entonces, incluso así, mi inocente idea de trascendencia se convertiría en realidad. Sería singular aunque no importante; puesto que lo valioso es vivir la experiencia de algún modo, no demostrarla.
Esa enseñanza tan básica y al mismo tiempo tan poco asimilada durante años es la que he aprendido de verdad y se ha instalado en mí por diferentes rutas y formas, aunque todavía queda parte por recorrer y descubrir. Dicen que todos los caminos nos llevan a Roma, pero, ¿salir de Roma es posible? Quizá. El camino que he escogido por ahora me ha llevado a ti, que estás leyendo estas líneas. Y tú, ¿está seguro qué calle escoger?

«Autorretrato laberíntico de Borges» década de los sesenta (en la época en la que se estaba quedando ciego)
Imagen vía web lapiedradesisifo.com
lapiedradesisifo.com
Detrás de este retrato hay una historia muy curiosa. A mediados de la década de los setenta, el dueño de un local de moda neoyorkino Burt Britton, le pidió un autorretrato a un cliente que resultó ser Norman Mailer, a partir de ahí se dedicó a conseguir retratos de celebridades que se pasaban por su local. Llegó a conseguir más de doscientos retratos, lo cuales llegaron a venderse en subastas por cantidades muy elevadas.
Dicho autorretrato, son los garabatos de un hombre casi ciego, es simbólico: es un laberinto. Una de sus obesiones era su identidad.
Si te interesa saber un poco más sobre la obsesión de Borges, te recomiendo esta entrada, es muy interesante: https://www.poemas-del-alma.com/blog/especiales/jorge-luis-borges-y-su-obsesion-con-los-laberintos