Otro inapetente día: mismo lugar, misma hora y mismas personas.
—¡Qué aburrimiento! —pensaba Míster Pink mientras observaba cómo aquella pareja se despedía fugazmente. Una escena habitual a esas horas de la tarde.
Sí, has oído perfectamente, «Míster Pink». Sus compañeros de trabajo habían decidido bautizarlo con ese peculiar nombre. No se habían esforzado demasiado pues su atuendo siempre era de dicho color. Gajes del oficio. Lo de míster era por aquel bigote que tanto le gustaba pues le daba un aire muy distinguido y francés. O eso le decían.
El tiempo pasaba lentamente. Cada vez le costaba más ver la vida pasar día tras día sin poder hacer nada. Se le antojaba insufrible. Diariamente era testigo de idénticas situaciones y personas, a veces incluso era capaz de prever hechos o sucesos. En esos momentos desearía que su vida hubiese sido otra y haberse convertido, por ejemplo, en una bola de cristal. —¡Podría ver el futuro de la gente! ¡Ya se lo imaginaba! —Hubiese sido una existencia mucho más intensa e interesante, estaba convencido de ello.
Pero no, su vida no había sido así y lo aceptaba. Debía conformarse con las campañas de ventas: eran lo más divertido de aquel trabajo en esos grandes almacenes, si es que tenían algo de estimulante… En navidades: iluminación por todas partes, incluso a veces, él se veía obligado a llevarla encima. Durante la jornada era tolerable, pero al caer el sol, aquello se convertía una taquicardia continua de luces de colores. Así, día tras día. Dudaba que aquello fuera saludable. En primavera tampoco es que mejorara demasiado la perspectiva: llenaban toda la tienda de flores. A nosotros también, incluso a veces nos endosaban agua para conservarlas mejor y alargar mínimamente su reducida vida. Lo que peor llevaba de esa época era aquella mezcla indescriptible de olores, todos demasiado intensos y diferentes. En medio de las estacionales, teníamos campañas breves, como por ejemplo San Valentín. Eran más divertidas, siempre se producía alguna que otra situación curiosa, como aquella vez en la que una joven pareja de enamorados ganó una cena en el restaurante italiano del centro comercial. La celebración acabó con alguno de sus compañeros en un estado de embriaguez memorable, —es lo que ocurre cuando no es tu labor habitual decantar vino y claro está, pasa lo que pasa —.
Por otra parte estaban las escaparatistas: personajes peor que un dolor de muelas, o eso decían, él obviamente nunca lo había experimentado. Cuando solían venir a cambiar la decoración, todo se convertía en un caos, y a él y a sus compañeros los mareaban de un lugar para otro. Tenía que reconocer que a él lo tenían en especial consideración. Se había ganado su simpatía por ser bajito y regordito, junto a que siempre se desempeñaba bien en cualquier lugar. Su polivalencia era su principal baza y sabía aprovecharla. Siempre conseguía una posición más ventajosa frente a sus compañeros y debía quitarle provecho si quería salir de allí.
Míster Pink había aceptado su situación: sabía que su vida era y sería lo que es. Pero en el fondo seguía teniendo la esperanza de que se obrase un cambio, ¿un milagro? —No, no era creyente —. Y sin embargo necesitaba creer en ello, le daba fuerzas. Algunos de sus compañeros habían conseguido irse, aunque ninguno volvió para contarles cómo les había ido. Aún así los imaginaba felices en sus nuevas vidas. Sí, salir de esa tienda era posible. La esperanza, su gran aliada, nunca la perdía…
Un día sucedió algo, una joven con una expresión angelical se fijó en él, sí, en él. Fue algo extraño, se consideraba bastante anodino, por lo que no solía llamar demasiado la atención, pero aquella chiquilla había puesto sus ojos en él. No pudo evitar ponerse a la expectativa, algo dentro de él le decía que era una señal.
Sin embargo no ocurrió nada, simplemente se quedó mirándolo un buen rato. Al día siguiente, lo mismo. Pero al tercer día desapareció, y no hubo cuarto ni quinto. Perdió la noción del los días, pero al cabo de unos cuantos volvió a aparecer, en esta ocasión venía acompañada de un niño. Se quedaron mirándolo, hablando sobre él: —¿qué dirían?—. Después de unos minutos que Míster Pink aguantó estoicamente, entraron en la tienda y se dirigieron a uno de los dependientes. Al momento los tres se volvieron hacia él y después de un breve intercambio de frases, que no alcanzaba a oír se encaminaron hacia él. ¡No podía creérselo! ¡Su libertad estaba cerca!
…
En aquellas entrañables fiestas familiares que recuerdo con tanto cariño, esta es la historia que Míster Pink nos relataba con frecuencia, mientras disfrutábamos de aquel largo y placentero baño en el fregadero después de comilonas señaladas.
Ejemplo de cómo hasta un pequeño y regordito vaso de color rosa con bigote francés nunca perdió la esperanza, fue capaz de alcanzar sus sueños y cambiar el rumbo de su vida.
Siempre conseguía motivarnos.

«White Rose in a Glass» de Piet Mondrian, 1921
Imagen en dominio público vía WikiArt
Cuando observé este cuadro, que es de la primera época de Mondrian y muy alejado de sus famosas «composiciones» geométricas abstractas, me imaginé a ese vaso de cristal en apariencia secundario como todo un «señor personaje», de ahí estas letras 😉
Un artículo interesante con curiosidades sobre Mondrian:
https://nomadart.co/blogs/blog/10-curiosidades-sobre-la-vida-y-la-obra-de-piet-mondrian?srsltid=AfmBOorqxoAhdNAtSgUOARnS8Cq0bYZFLcHNknP9PGEj4t0Y5ACQFtfJ