[parte VI] «Contradicciones»
Observaba al resto de participantes abandonando la sala. Percibía su grado de entusiasmo en general pero era incapaz de contagiarse de ello. «¿Dónde me he metido? ¿Cómo creía que va a resultar?», se preguntaba mientras se acercaba dubitativa a él.
—Disculpa Faustino. ¿Tienes un minuto? Querría comentarte algo.
—Por supuesto. Un momento —respondió el profesor mientras intentaba sin éxito despedirse de otra asistente que le preguntaba algo de forma insistente.
Liduvina la observó. Por su pose y el extravagante gorro cubierto de raíces que portaba, más que una cigarra parecía un pavo real. Faustino parecía imperturbable a no ser por el imperceptible movimiento de su cola que ella pudo apreciar. En unos minutos despidió a la cigarra real y centró toda su atención en ella.
—Liduvina, ¿verdad?
—Sí.
—Coméntame, ¿qué sucede?
—Esto… Quería pedirte disculpas. Me temo que no voy a poder continuar en este taller.
—Tú decides. Pero, ¿podría saber cuál es el motivo?
—Esto… No sé cómo explicarlo…
—¿Y si pruebas con palabras? —El tono de su voz denotaba autoridad.
Indecisa, evaluó el espacio con especial atención en las paredes de vidrio.
—Mi voz es un peligro —afirmó rotunda. Lo consideraba un buen resumen pero al advertir la mirada interrogativa de Faustino, convino detallar más.
—La potencia de mi voz es extremadamente alta. Ello me ha provocado algunos problemas graves y no deseo poner en peligro a nadie aquí —señaló con la cabeza las paredes y las observó quedamente.
—Entiendo. Si te digo que eso no es un problema y que no te preocupes por ello, ¿qué harías? —respondió desviando su atención.
Liduvina agachó la cabeza vacilante sin saber qué responder.
—Acércate y siéntate —ordenó colocando un par de sillas frente a la pared central.
Ella obedeció y Faustino la imitó. Permanecieron unos instantes en silencio, observando cómo la lluvia golpeaba rítmicamente el cristal hasta que él comenzó a hablar con tono solemne, como si hubiese decidido confiarle un secreto.
—Tu voz habla de ti, explica quién eres. Está determinada por cómo has crecido, tus creencias, tus pasiones… pero también por tus miedos.
Liduvina apartó la mirada de la pared y lo observó, instándolo a continuar.
—Algunas voces pueden parecer inarmónicas porque como seres vivos nos motivan infinidad de cosas. Algunas incluso contradictorias. Es parte de nuestra naturaleza. Tu voz puede ser transparente o puede responder a necesidades disfrazadas que encubren un carácter modelado para gustar. Muchos lo tienen claro desde el principio, pero otros no tienen ni idea y comienzan a buscar su propia voz. En realidad no hay búsqueda, ya está ahí, lo que tienes que hacer es saber escucharla. Piensa en ello Liduvina. Puedes decidir volver o puedes resignarte con tu vida tal y como está. Al fin y al cabo quizá sea lo que mereces, ¿no? —dijo con dureza sin esperar respuesta.
Él se levantó y abandonó la sala sin despedirse, dejándola sola frente aquella pared. La observó fijamente. Era una contradicción, aparentemente frágil pero en esencia extremadamente resistente.
«Y yo, ¿cómo soy yo?», se preguntó.

«La Metamorfosis de Narciso», Salvador Dalí 1937, Tate Modern, Londres
Imagen en dominio público. Cortesía de cafeconvertes.com
[parte VII] «¿Por qué?»
Liduvina reflexionaba cabizbaja, caminando en círculos concéntricos a lo largo y ancho de su minúsculo camarote. No había pasado la audición para formar parte del Orfeón Naval. Lo peor sin duda había sido ver el semblante de su madre, decepcionada por enésima vez. Se sentía zozobrar en una realidad atiborrada de injusticias mientras gimoteaba a viva voz:
«¿Por qué me ha hecho eso Cordelia? No entiendo porqué precisamente en los momentos más críticos me quedo sin voz. Ella lo sabe, por eso durante la prueba me ha hecho cantar la primera. Ni una mustia nota ha aflorado de mí. Es como en esos sueños, demasiado frecuentes, en los que quiero gritar, correr, huir… pero no soy capaz y me quedo completamente paralizada. Menos mal que esto no ha sido un sueño, aunque, ¿realmente no sería mejor que lo hubiese sido? Quizá. En esta realidad, mis aletas me permitieron escabullirme rauda y veloz como si el mismo Leviatán me persiguiese.
¿Por qué se me erizan las escamas y obturan las branquias cuando debo hacer algo que me exponga? Me inhibe una temible angustia que no sé cómo controlar. Todo lo que me rodea es un abisal y potencial peligro. ¡Cómo envidio a mi prima Cordelia, ella sí tiene desparpajo y destaca en todo lo que se propone!
¿Por qué funciono al revés? ¿Por qué cuando tengo miedo de mi boca no sale ni un triste chasquido pero cuando estoy enfadada puedo llegar a provocar pequeños maremotos? Tenía su gracia cuando era pequeña y lo utilizaba para jugar a las olas en la playa, pero ya no la tiene. Ya no soy una alevín. Soy casi adulta y como casi adulta debo comportarme de acuerdo a lo que se supone que es eso. Pero, ¿cómo hace una para madurar? Piensa Liduvina, piensa… Tiene que haber algún modo, no puede ser tan complicado. Le preguntaré a Cordelia. No, paso. Seguro que me lo dice al revés. También puedo preguntarle y hacer lo contrario a lo que me indique, no sé. O también puedo preguntarle lo contrario y hacer lo opuesto a lo contrario. ¡Qué lío…! ¡No es fácil ser maduro!
¿Por qué no sé qué hacer con mi vida? Quiero que mi madre esté tan orgullosa de mí como lo está de mis hermanos. Ellos han seguido sus vocaciones con éxito: un hidrólogo, un agente marino, un acuicultor y un pirata. Soy la más pequeña, en años y en altura, eso no es excusa, ¿no? Es que vuelvo a recordar la cara de mamá y… »
—Cariño, ¿estás ahí? ¿con quién hablas? —Preguntó una suave voz al otro lado de la puerta.
Liduvina se quedó inmóvil, «¿por qué abro la boca cuando no debo? ¡Qué vergüenza! ¿Qué habrá escuchado mamá?». Sigilosamente se fue alejando de la puerta hacia el portillo del camarote sin reparar en una estrella marina musical olvidada en el suelo, la cual crujió bajo el inevitable peso de sus aletas emitiendo una fallida melodía. «¿Por qué?», se preguntó
[parte VIII] «Porque»
He permanecido en el pasillo escuchando tus lamentos hasta que finalmente he entrado y te he visto, cargando con un pesado abrigo repleto de miedos. Tan menuda y tan frágil…
No los ocultes tras una puerta, manifiéstalos. No hay peor miedo que aquel que no expresas y acabas escondiendo en tu corazón. Los miedos existen y no debes avergonzarte, si no aceptarlos y superarlos. Ama tus rarezas, si las hubiese.
¿Te puedes imaginar cómo me afligió contemplar tu cara de pánico en la audición? Sentí angustia por tu dolor. No debes compararte nin con tu prima Cordelia, ni con nadie. Nunca lo hagas, por favor. Tú tienes tu propia esencia, diferente a ella y a los demás. Sé que me tomas como tu modelo seguir. Pero tú, pequeña, no tienes que ser yo, simplemente tienes que ser tú, es lo que quiero que entiendas.
Hay tanto dentro de ti que no alcanzas a ver… Pero créeme, aflorará cuando estés preparada y se lo permitas. Eres apenas una alevina y sé que no me crees en este momento, pero siempre he confiado en ti y lo sigo haciendo. Llegará el día en que te conviertas en un ser del que estaré enormemente orgullosa.
¿Recuerdas cuando comenzaste a dar tus primeras zambullidas? Al principio te aterraba y provocaba tanto pánico que eras incapaz de sumergirte sola. Tu padre, yo misma o incluso tus hermanos debíamos acompañarte y te aferrabas a nosotros con toda la fuerza que tus pequeñas aletas te permitían. Pero el tiempo pasó y con él aquellos miedos, que también se sumergieron para no volver. En nada, te convertiste en el centro de atención del Arrecife. Todavía me cruzo con alguno de nuestros vecinos de aquella época que me preguntan por ti y por tus acrobacias. ¿Te acuerdas de Simbad, el que vendía los granizados de atún que tanto te gustaban? Pues es uno de ellos.
Sí, hija. Así quiero verte: sonriendo.
Eres muy joven todavía, es normal que no sepas qué quieres hacer con tu vida. Que eso no te angustie ni enmudezca cuando se presente la ocasión. Tu voz es extraordinaria, lo sé y tú también lo sabrás llegado el momento. Confía en ti misma como yo lo hago. Tus hermanos han marcado su rumbo y lo han seguido, tú también lo harás.
¿Recuerdas el poema sobre el miedo que tu padre os recitaba?
«Un Sapo tropezó con él,
las Sardinillas le huyeron,
un Mancha muy vago se sentó sobre él,
una Barracuda lo usó como arma,
un Salmón se aventuró con él,
Perseo lo derrotó y el Kraken lo utilizó,
e incluso las Sirenas compusieron bellas canciones con él».
Sientes que el miedo te frena, pero no es él, eres tú. No hay miedo que no puedas aprovechar para crecer, utilízalo.
No busques porqués. Porque tú conseguirás lo que te propongas.
[parte IX] «La Magnífica»
Obstinados nervios reclamaban su atención pero los mantenía a distancia. Aprovechó para cerrar los ojos y percibir cómo violines y violas se divertían. Sus cuerdas vocales latían al ritmo de su corazón, se sincronizaban nota a nota, mientras sus escamas repicaban al son de la cantata mediante leves aleteos.
Con paso firme y decidido se aproximó al centro del palco al son de la melodía. Sentía la seda de su vestido deslizándose suavemente tras sus pasos, envolviéndola. Sus compañeros le cedieron el lugar en el centro del escenario. Mientras esperaba a la señal para su entrada, sus aletas tintineaban expectantes. En ocasiones, las luces la cegaban pero no le importaba, había llegado su gran momento.
Su viaje se inició con «Senta» y ahora por fin había conseguido un papel estelar en el Gran Teatro de Ultramar con la Filarmónica del Oceánico. Era un escenario emblemático. De ahí habían salido ilustres sopranos como Marea Callas «la Divina», o Montserrat Caballa «la Superba», a las que admiraba profundamente. Liduvina soñaba que algún día ella también tendría un sobrenombre como aquellas, fantaseaba sobre cuál sería. Atalaya bromeaba diciéndole que la llamarían «la Soñadora» porque su voz hacía soñar. ¡Cuánto quería a su fiel amiga y cuánto le debía! Su interior sonrió, no podía verla pero sabía que estaba entre el público al igual que Faustino, su madre y sus hermanos.
El foco la alumbró, era la hora. El tejido de su vestido refulgió bajo la luz, ella también.
Se aisló de todo menos de la música, dejándola fluir a través suyo como Faustino le había enseñado, abriendo su corazón, sus pulmones y su voz:
«Magnificat anima mea Dominum,
et exultavit spiritus meus
in Deo salutari meo,
quia respexit humilitatem ancillae suae.
Ecce enim ex hoc beatam me dicent
omnes generationes…»[1]
El sentimiento religioso era ajeno a ella, pero todas y cada una de aquellas palabras brotaron de su interior con verdadero fervor y autenticidad. Al cantar sentía la alegría de María, la protagonista, ante la visita a su prima Isabel, ambas en estado de buena esperanza.
Perdió la noción del tiempo mientras duró la interpretación, con el coro, el resto de solistas e incluso sola. Lo disfrutó con pasión. Por fin comprendía cuál era su propósito, el camino había sido largo pero había valido la pena. Quería dedicarse a ello para el resto de su vida.
Los aplausos la despertaron de su ensoñación al tiempo que un pequeño ruiseñor les ofrecía un ramo de guirnaldas a ella y sus compañeras. Contempló como el público se levantaba y seguía aplaudiendo. Muriel, su compañera, se acercó:
―¿Los escuchas Liduvina? Es por ti ―le dijo asombrada. La observó. Era un gacela realmente petulante pero en ese momento se veía tan impresionada como ella.
Se adelantó para corresponder a la creciente ovación.
―¡Magnífica! ¡Magnífica! ¡Magnífica!… ―coreaban entusiasmados tirándole laureles.
Se inclinó hacia ellos escuchándolos conmovida. Sentía su admiración pero sobre todo su cariño.
Y lloró lágrimas de felicidad.
Así fue, como un pequeña cachalote consiguió su sobrenombre y con él su verdadero lugar en el mundo.
[1] Cantata «Magnificat – BWV 243A», de Johann Sebastian Bach
Imagínate a Liduvina cantando así 😉