[A Lola y su infinita paciencia]
—¡Remolino! Sí, esa es la palabra adecuada —pensaba su madre mientras doblaba la ropa y se limpiaba de la frente el constante sudor de comienzos del verano. La escuchaba acercarse, ese correteo era inconfundible. La presentación era memorable aunque desafortunadamente habitual: pantalones desaliñados y tiznados, panza asomando inocentemente, camiseta arremangada, mofletes caldosos y rizos totalmente descolocados en un atisbo de lo que antes era una tierna coleta. Aparecía por la cocina y en pocos minutos volvía a desaparecer. Su madre la observaba con paciencia infinita entrar, dar una vuelta a la mesa central y volver a salir por donde había llegado, como una estela. —¡No entiendo porqué no! —repetía incansablemente la pequeña y dicho esto, desaparecía.
…
John Pemberton se sentía preocupado por el alarmante aumento de enfermedades digestivas, pero sobre todo por aquellas dolencias relacionadas con el estrés y los dolores de cabeza que acaecían últimamente entre los clientes de su farmacia. Lo achacaba al empobrecimiento paulatino, la industrialización y los nuevos ritmos de vida derivados de ello que se estaban instaurando rápidamente en la sociedad; y, como en su propio caso, a las inevitables consecuencias de su paso por la guerra. Veinte años habían pasado, y el dolor se negaba a desaparecer. Éstas y otras inquietudes rondaban por su cabeza mientras disfrutaba del camino de vuelta a casa. Aquella época del año en Atlanta era especialmente agradable: el pavimento alfombrado de colores, el sonido de las hojas caídas rozando sus zapatos al pasar, el suave viento rozando su cara, el murmullo de los pájaros volando hacia el sur… —Sí, definitivamente, tengo que encontrar la fórmula del jarabe que pueda ayudar a todas esas personas —se dijo a sí mismo John. Con este propósito instalado en su cabeza llegó a casa, se hizo un té, y subió al altillo donde tenía su laboratorio particular, dispuesto a perseverar en la búsqueda. La idea que le rondaba la cabeza durante todo el día, de repente hizo acto de presencia:
—¡Nuez de cola como en el vino! Sí, ¡voy a probar con ella! Y también lima y quizá un poco de canela… —así estuvo durante horas hasta que el sol lo sorprendió.
…
—¡Sí!, ¡sí! —su madre le ocultaba algo… Ella rememoraba perfectamente haberlo visto en aquella fiesta: ¡un gran grifo que surtía ese refresco tan delicioso! Le habían servido un vaso gigante de esa bebida durante la verbena. Recordaba haber observado minuciosamente todo el proceso, se había quedado fascinada viendo como aquel líquido caía burbujeante y el sonido que producía contra el hielo al caer era indescriptible. Beberlo ya era otra historia, picaba un poco al principio pero la sensación era poderosa y deliciosa. ¡Quería repetir!
…
Quién diría que aquella cálida noche de otoño John había conseguido encontrar la fórmula para ese jarabe, recordaba Patrick. A menudo se sentía triste porque John ya no estaba para poder ver en qué se había convertido su idea, su preocupación, su obsesión. No había sido el éxito que él esperaba pero había creado una bebida, cuya repercusión ni se imaginaría. La compañía rápidamente fue expandiéndose, y en poco años se había convertido en una de las empresas de referencia en los Estados Unidos, hasta ser marca emblema del país.
…
Aurelia se subió a una de las sillas de la cocina. Odiaba esos pinchos del borde, se clavaban en todas partes. ¿Quién los habría inventado? Era una maniobra arriesgada pues tenía que hacerlo sin que se enterase nadie. Por fin lo consiguió, ascendió hasta el borde de la silla, y después reptó hasta el fregadero con las improvisadas herramientas colgadas en la única trabilla que permanecía íntegra en su pantalón. Iba a lograrlo: desmontar el grifo y ver por dónde se ocultaba esa bebida. Pero, lo único que salía por ese grifo era agua, no entendía nada…
…
Ciento treinta años después Coca-Cola sigue siendo una de las compañías emblemáticas norteamericanas y John Perbemton un completo desconocido.
Para Lola, esta historia no deja de ser otra de las tantas historia que le ha hecho vivir su testaruda hija. En el fondo le divierte recordarlas, pues se quedan en eso, anécdotas. Al fin y al cabo a Aurelia dejó de gustarle la Coca-Cola un año más tarde, y nunca más se acordó ni lo nombró.
El fregadero no sufrió la misma suerte, hubo que cambiarlo, por cierto.

«Retrato de John S. Pemberton» Sin fecha
Imagen en dominio público, vía Wikipedia Commons
En el 1886 John Pemberton inventó la Coca-Cola, que comenzó siendo una medicina alternativa a base de nuez de cola, hoja de coca y agua carbonatada. Surgió como alternativa al vino de coca, ya que acaba de instaurarse la Ley Seca en Atlanta ese año. No se imaginaría que esa bebida se haría mundialmente famosa.

«Anuncio del Vino francés de Coca de Pemberton» 1884
Imagen en dominio público, vía Wikipedia Commons

«Anuncio de Coca-Cola» 1886
Imagen en dominio público, vía Wikipedia Commons